miércoles, 25 de agosto de 2010

"QUIERO VERTE OLER COMO EL RATÓN"

Dani Cajade

Le sudaban las manos. Los ojos se le salían de las órbitas. Gritaba, movía los brazos, y hasta se le despeinaban los pocos haces de pelos que le cubrían la calva. Su nariz puntiaguda giraba como las manillas de un reloj, apuntando entre ceja y ceja a cada uno de los asistentes. Los había invitado a todos. Y ninguno había faltado. Fue una charla técnica de entretiempo, estando tres goles abajo. Ningún huésped interrumpió las instrucciones, que una tras otra fueron marcando las tareas de todos. Luego de un largo silencio, los invitados se levantaron y sin decir una palabra se retiraron del gran salón.


Encorvado junto a la enorme puerta de madera, despidió con un beso a cada uno de sus oyentes. Cuando la mole de doble hoja se cerró, un grave y sordo hermetismo apelmazó el aire y le hizo temblar los pies. La alfombra beige de pelos largos volvió a la total quietud y él permaneció inerte, inmóvil, inmutable, con la mirada clavada en ningún lado. Una gota de transpiración descendió desde uno de los mechones rebeldes que caían sobre su rostro y fue a depositarse en la comisura de sus labios grises. Por entre los resquebrajados bordes se filtró la sal líquida y al abrir la boca, un hilo de baba blanca unió ambas paredes del averno. Los labios se sellaron nuevamente y volvió a reinar el sosiego.

Lentamente giró su cabeza hacia la pared y sus ojos vidriosos y afilados detectaron la llave de la luz. Movió uno de sus brazos en esa dirección y de un click apagó todas las luces. En medio de la oscuridad, y aún en marcada curvatura cervical, cerró los ojos. Atravesó todo el salón, esquivó la mesa ratona y llegó al gran sillón, para dejarse caer desplomado. Agonizante, respiró profundamente, y como en cámara lenta, lo cubrió una invisible nube de polvo, que caló con sus millones de partículas, en su rugosa y rosada piel.

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