martes, 29 de junio de 2010

UNA HISTORIA DE AMOR: DESENGAÑAME ARGENTINA, QUE TE QUIERO CONOCER DE VERDAD

Decía, después del triunfo ante Grecia, que esta es una historia de amor. Como (casi) todas las historias.


Una historia elíptica, la de Argentina (su equipo y su pueblo) con el Mundial. Que cada 4 años retoma su punto de origen. Como esos amores desacompasados del tiempo real y que viven anquilosados en una dimensión más profunda y más oscura, siempre en un estado latente. Una herida abierta que sangra un veneno que es pasión.

Todos tenemos una herida abierta. O deberíamos tenerla.

Un Mundial es eso: una herida que cada 4 años reabre los puntos de sutura con que artificialmente fue cerrada (como todas esas aventuras que forzamos para tratar de olvidar un amor doloroso).

Esa herida es la marca de un antiguo gran amor que cada vez que se abre toma sus matices particulares.

Esta vez, el comienzo del romance fue idílico. No podía ser de otra forma. Cada vez que retomamos una relación, o empezamos una nueva, todo es perfecto: no hay defectos, todo es una gran virtud; la pasión es lo cotidiano y la rutina es sustituida por una nueva aventura cada vez.

Así fue que transitamos, Argentina y yo, el primer turno del Mundial, envueltos en ese halo celestial del enamoramiento.

Es que la extremaunción era inevitable porque la Selección llegó vapuleada. Los críticos implacables que mucho saben de fútbol y periodismo pero poco de amor, tejieron el relato cotidiano de lo catastrófico. Pero el equipo de Maradona devolvió una primera fase perfecta que fogoneó el enamoramiento.

El primer turno fue, entonces, como esos 6 meses iniciales de toda relación, cuando el aliento a tiburón por la mañana del otro es una fragancia renovadora como el aire diáfano de la pradera.

Pero, lo sabemos todos, aquella es una entelequia efímera.

Ayer, ante México, llegó el duro momento de las desilusiones. Cuando constatamos empíricamente que la burbuja del enamoramiento choca con las diferencias, las dificultades, los desengaños y las mentiras piadosas que nos creemos ingenuamente para mantener esa esfera de perfección que es el enamoramiento.

Así, ayer se vio la peor cara de la Selección. Justo cuando logró su triunfo más resonante. La demostración más taxativa de ello es la parca reacción de Maradona cuando terminó el juego.

Como cuando comienzan a molestar severamente algunos rituales cotidianos o defectos endémicos del otro, ante el Tri el seleccionado, como colectivo, evidenció falencias que bajan la libido: una indolencia inadmisible durante todo el segundo tiempo, poca capacidad para sostener un resultado amplio a partir de la tenencia del balón, incapacidad para conectar en ofensiva o generar volumen de juego en el mediocampo. Y tampoco contraatacó con eficacia. Casi nada bien.

Encima, hubo también actuaciones individuales decepcionantes: Demichelis (una vez más, lo más pobre de la defensa), Maxi y Di María lucharon pero siguen sin consolidarse como opciones generosas en ataque, Lio Messi dibujó un ST apático e inconsistente.

Digo: la peor cara de la Selección produjo lo mismo que el impacto que generan esos momentos de intimidad en los que comenzamos a conocer fielmente al otro: la cara lavada, sin maquillar, que deja ver la imperfecciones naturales; la celulitis que se nota en esas piernas descubiertas; el pelo desarreglado.

Algo decepcionante. Al menos al principio ¿no? Cuando uno siente algo así como un pequeño engaño.

Quizás, la Selección comenzó a mostrarse crudamente, tal cual es: más defensa y contraataque, menos belleza estética. Más real.

Pero todos sabemos que las verdaderas historias de amor son las que sobrepasan ese estadio tan sublimador como efímero e irreal que es el enamoramiento bobo.

El amor, el verdadero, se robustece en las diferencias y, esencialmente, nace y se fortalece en la intimidad sagrada de un espíritu compartido.

Por eso, las señales que sigue brindando este equipo fortalecen un amor real: entrega innegociable, compromiso sanguíneo y pasión grupal en pos de un objetivo compartido y superador. Un amor compartido con millones de tipos y tipas. Un amor tan primitivo como real.

PD: Che, Maradona ya hizo más que Bielsa y Basile e igualó lo de Passarella y Pekerman en mundiales. Yeso que duerme mucha siesta!

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