viernes, 20 de noviembre de 2009

DOS GOLES CON LA MANO, DOS CONSTRUCCIONES



En Junio de 1986, Maradona le convirtió un gol con la mano a Inglaterra en el Mundial de México. Para los
historiadores tribunalicios”, aquella genialidad futbolística plena del ADN futbolero criollo, se incrustó como un hito para la formulación gorila de la metáfora maradoniana de la argentina grasa, cabeza.


Así, para algunos de los intelectuales que se apropiaron de las construcciones colectivas sectarias, aquella acción de Maradona fue la síntesis perfecta de una buena parte del país que asocian caprichosamente con otras expresiones populares: la trampa, el engaño, la mediocridad que, mixturada con la bajeza moral con aliento a moralina de peluquería de mezclar las miserias humanas y las carencias educacionales y de formación de Maradona, daban como resultado otro hecho maldito del país burgués: ese cabecita de Fiorito como representación de lo argentino no podía ser válido.

Sin embargo, aquella construcción clasista carece de la sustancia maradoniana: la excelencia deportiva, la habilidad llevada al paroxismo, el liderato positivo de un hombre que integra el olimpo de los más maravillosos atletas de todos los tiempos.

Esa es la sustancia para la creación de un ídolo popular, de un héroe deportivo, de un mito argento.

Así, entonces, para muchos argentinos aquel gol a los ingleses tomó una textura épica.
Como para aquel ex combatiente, vecino de pieza en aquella pensión de exclusión habitada por los parias emergentes de la sociedad del desguase menemista: dependiente de las drogas legales del sistema para conjurar el sueño o para evitar los brotes o para sobrellevar los desplantes de una sociedad que lo(s) repele; y aficionado de las drogas ilegales para conjurar el sueño o para evitar los brotes o para sobrellevar los desplantes de una sociedad que lo(s) repele o del Estado ausente.

Malvina (¿como le íbamos a decir?) lloraba de emoción, envuelto en el orgiástico viaje lisérgico del cóctel de drogas o tamizado por el tsunami emocional de los pedazos rotos de su espejo interior, cuando remontaba hasta aquel gol “del Pelusita a los burcas”. Allí encontraba un héroe de la patria identificación sanguínea en otro héroe, en un tipo de a pie “que de una patada en el culo” lo mandaron a la cima del mundo.

Y la anécdota de Malvina se replica por millones, sin necesidad de experiencias traumáticas ni cócteles peligrosos, sin relacionar el chauvinismo deportivo con al patrioterismo militar siniestro de un viejo borracho.

La cuestión es que, el negro de Fiorito, hizo un gol tramposo y a la negrada nos regaló un pedacito de nuestra identidad como argentos futboleros.

Pero la santísima trinidad que redime los pecados de la historia argentina construyó otro sentido: la del negro drogadicto tramposo que de ninguna manera puede ser representativo de la República; en todo caso, y a lo sumo, es la metáfora de ese país maldito que es casi un legado elíptico del HECHO MALDITO del país burgués.

Siempre, los constructores de la Argentina impoluta, nos tiraban por la cabeza con Pelé (el ídolo políticamente correcto de las agachadas políticamente liberales). Pelé sí era la metáfora utópica hecha realidad. Y eso que era negro che! Y el ejemplo de Pelé era análogo con los deportista de los países europeos que eran buenos, lindos y obedientes. Que eran serios representantes de países serios.

En ese mismo sentido, y ante la reciente bravata retórica de Maradona, los emergentes más elevados de la nobleza no tuvieron reparos en disparar contra el DT. La preocupación era la imagen que mostraba (mos) ante el mundo.
Ahora parece que sí le otorgaban representatividad y se rasgaban las vestiduras ante tan estrafalaria lesión al país (los mismos que ni se inmutaron con la dictadura de Videla ni con la entrega menemista del país).

Ayer, mientras tanto, vi como la poderosa Selección francesa de fútbol le arrebataba la clasificación a su par de la República de Irlanda gracias a una mano escandalosa de Thiery Henrry que derivó en el gol de su compañero Gallas.

Justo Henry, otro políticamente correcto. El capitán de Francia. La figura referencial. La cara de las marcas más cosmopolitas. Que tuvo la sensatez de reconocer, en conferencia de prensa tras el partido, que había cometido la infracción (claro, el bueno de Tití sabía que 4 cámaras diferentes le habían mostrado al mundo como se llevaba la pelota con la mano en el área irlandesa y le servía el gol a su compañero) pero que en el fragor del juego, no dudó en salir a festejar el gol con la más genuina alegría para disimular la más flagrante falta.
Digo: si el árbitro no lo vio, ya está. Henry fue pura repentización y reflejo, y su acción consumó una injusticia grande.

La dialéctica futbolera de Francia le dará el lugar que merece y, por otro lado, Argentina no es Francia y las construcciones intestinas seguramente fueron, son y serán diferentes. Digo, Henry no es Maradona ni en esta ni en sus próximas dos vidas.
Pero bueno sería conocer el nivel de rigurosidad con que los “intelectuales” argentos y su vara moral desentramarían la mano de Henry y sus consecuencias para la Francia potencia o como apelarían al ejercicio pontificial de salvaguardar el ropaje del ejemplar y respetable jugador del Barcelona.

Y en un ejercicio ucrónico, estaría bueno saber si los protagonistas de la toma de la Bastilla o del Mayo Francés o Sartre se estarán revolcando en sus tumbas ante la falta de ética imperdonable de Henry, o más bien estarán borrachos de alegría porque Francia (como Argentina che, o peor, porque al fin y al cabo estaba jugando el Repechaje Les Blue) entró al Mundial sufriendo y por la ventana. Y con un gol con la mano.
Los maradonianos, y los futboleros en general, sabemos que así se disfruta más.

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